martes, 2 de junio de 2015

¿DE QUÉ SIRVE LA EXPERIENCIA?

A tenor de los datos sobre el paro y su incidencia en distintos segmentos de la población, cabe preguntarse si la experiencia como factor diferenciador de éxito está sobrevalorada. Los discursos oficiales nos dicen lo contrario, que haber ocupado diferentes puestos, tener una formación pre-LOGSE, haber vivido los dorados 80, son elementos que aseguran una exitosa carrera profesional casi en cualquier circunstancia. Los nacidos en los 60-70 son ahora, nos dicen, el establishment en nuestro país, dominan los puestos de mando en las principales empresas, son líderes de opinión, se valora su trayectoria y se les invita a todas las fiestas. ¿Es esto así?

Se discute acerca de cuál es la generación mejor preparada de la historia, y se admite de forma general que los jóvenes actuales ocupan ese trono, basándonos en el porcentaje de graduados universitarios (ya no se lleva lo de licenciados), másteres, idiomas y demás aditivos al curriculum. Se ven obligados a salir fuera para poder aprovechar las oportunidades que su propio país no es capaz de ofrecerles, por la miopía de unos políticos que, en su mayoría, pertenecen a esa generación anterior ahora en la cumbre. También se argumenta que los que ahora ocupan los puestos de privilegio no les facilitan las cosas, que prefieren prolongar su reinado e impedir la necesaria renovación, ofreciendo sólo puestos de becario con nulas posibilidades reales de promoción. De ser esto así, ¿por qué es misión imposible para alguien con más de 45 años y un nivel de formación medio alto encontrar hoy un puesto de trabajo, cualquier puesto de trabajo?

Varias razones se amontonan: dificultades de adaptación a entornos dinámicos, problemas con la informática, gap idiomático, obligaciones familiares, salud, corta vida laboral pendiente, costes laborales altos, y así podemos seguir. Todo lo anterior puede ser verdad, como también los argumentos que se den a favor de este tipo de personas, pero desengañémonos, el motivo es otro.

Desde hace ya 8 años se está poniendo de manifiesto la incapacidad de la economía española de alcanzar su capacidad productiva potencial. Ello incluye activos inmobiliarios, fábricas, maquinaria, infraestructuras, y por supuesto el susodicho capital humano. La demanda es muy débil, y ello provoca que todo lo anterior esté infrautilizado, y lo que es peor, se vaya deteriorando debido precisamente a esa falta de uso. En el caso de las personas hay que añadir la desesperación, la falta de esperanza, la tristeza, el desánimo. La debilidad de la demanda hace que se necesiten menos personas en aquellos puestos en los que en teoría se deberían capitalizar los conocimientos y la experiencia, y los que no han perdido su puesto se agarran al mismo con fiereza. No se tienen en cuenta candidaturas de personas con larga trayectoria por miedo a que nos quiten el puesto o desnuden nuestra ineficacia. Y mientras tanto, el tiempo pasa. De poco sirven los esfuerzos reeducativos para ponernos al día, las intentonas de autoempleo, las buenas palabras de ánimo, el coaching para alimentar la autoestima. Las personas de más de 45 han sido víctimas de un sistema cruel, que las ha usado para poner en pie todo lo que hoy tiene algún valor, y no se les ha dejado obtener la recompensa.

Aquí seguimos.

miércoles, 13 de junio de 2012

¿Por qué han fallado los economistas?

Tras el "rescate" del pasado fin de semana, independientemente de su consideración como una línea de crédito a la banca española o como un auténtico rescate a toda nuestra economía, la pregunta que todo el mundo se hace es: ¿y ahora qué?. Ha bastado un día para comprobar que la medida no va a funcionar, probablemente porque los mercados entienden mejor que los líderes europeos que mientras no haya una recuperación de la actividad económica, con un crecimiento sostenido, no será posible un escenario en el que se reduzca el riesgo de impago. Un deudor que ve como sus ingresos menguan de forma constante, y lo que es peor, se ve sometido a políticas de austeridad que ahondan ese problema, sólo consigue ganar tiempo con una refinanciación de su deuda, pero no aumenta sus posibilidades de devolverla en el futuro. Cada vez son más los que ven la lógica de este razonamiento, al constatar el fracaso de las políticas de ajuste y austeridad tras más de tres años. Hoy, Irlanda, Portugal y no digamos Grecia, están en mucha peor situación que cuando fueron rescatadas, y eso no dice nada bueno de lo que puede esperarle a España, y a no mucho tardar, a Italia.

Pero dejando a un lado lo anterior, que en este mismo blog se puso de manifiesto hace ya meses, lo que cabría preguntarse también es por qué los economistas han fracasado tan estrepitosamente, y lo siguen haciendo. No tiene sentido plantear el fracaso a la hora de prever la crisis, su dimensión y sus consecuencias. Por la propia naturaleza cada vez más compleja de la economía, es difícil adivinar el momento en que se producirá un crac financiero, pero lo que sí podemos estar seguros es de que ocurrirá, a pesar de que el prolongado período de expansión a partir de los 90 nos pudo llevar a pensar que el problema de los ciclos económicos estaba resuelto. Está claro que no es así, y que de nuevo nos hemos visto abocados a una espiral de destrucción de valor de los activos y a un pánico bancario a escala global. Pero precisamente porque no es la primera vez que ocurre, se trata de un fenómeno bien estudiado. La literatura económica sobre las causas y los efectos de la Gran Depresión de los años 30 del siglo XX es abundante, y durante mucho tiempo existió un consenso bastante generalizado en la profesión en torno a la teoría keynesiana y su propuesta de cómo utilizar la política fiscal y monetaria para combatir los efectos de la crisis. El por qué a pesar de las evidencias sobre la ineficacia de las políticas de austeridad (lo que llaman la "escuela austríaca"), cuando no su fracaso absoluto, no utilizamos las herramientas keynesianas, es bastante misterioso, y quizá tenga que ver más con la política que con la economía. Pero también hay sin duda un pecado de complacencia de los economistas, adormecidos por el largo período de prosperidad. Como dijo alguien, es difícil que alguien entienda algo cuando su sueldo depende de que no lo entienda.

Pero son tiempos de liderazgos débiles y de pobreza intelectual.

viernes, 17 de febrero de 2012

La Reforma Laboral

Tras la aprobación de la reforma laboral por el Consejo de Ministros, decidí dejar pasar unos días antes de opinar sobre la misma en este blog. Tenía la esperanza de que eso me ayudase a tener claro si las medidas iban a servir para crear empleo, si no a corto plazo, si al menos a medio o largo. Sin embargo, he de decir que a pesar de haber oído y leído todo tipo de opiniones, no he logrado salir de la duda, y pienso que eso mismo le ocurre a la gran mayoría de la gente. Admitido lo anterior, al ciudadano medio no le queda otra que resignarse y aceptar la reforma, en parte porque es una exigencia de Bruselas y en parte por probar, a ver si esta es la definitiva.

En mi ya larga carrera laboral de más de 20 años he transitado por muchas empresas, y he conocido muchos cambios de legislación. Al parecer, ninguno de ellos ha sido eficaz, más bien parecen haber sido contraproducentes. Cada vez hay más modalidades de contratos (en esta ocasión, otro más), y toda una maraña de bonificaciones y ayudas. Mi experiencia me dice que todo eso es absolutamente inútil, que la decisión de contratar siempre es consecuencia de una necesidad de la empresa, y si por el camino cae una bonificación, miel sobre hojuelas. Cierto es que puede haber también necesidades de prescindir de personal y que esta decisión sí tiene costes. Personalmente creo que esos costes deben existir, no sólo como una protección para el empleado, sino también como un mecanismo de autocontrol del mercado: costes de despidos demasiado bajos o nulos fomentan la rotación innecesaria, y tienen un coste social mucho mayor.

En cualquier caso, vamos a confiar en que la flexibilidad introducida pueda tener algún efecto positivo, aunque va a depender fundamentalmente de la voluntad de los empresarios. Aquí, como siempre, habrá de todo. Mucho me temo que una gran mayoría, sobre todo de empresas grandes, van a aprovechar para ajustar sus costes laborales a gran escala, vía despidos masivos.

La otra opción es una bajada de salarios. Esto se corresponde con la única salida que nos deja la política estúpida de la Unión Europea (Alemania): la devaluación interna. Al no poder devaluar la moneda, la única forma de ser más competitivos es reduciendo los costes laborales. Desgraciadamente, esto no soluciona nada a largo plazo, ya que no se afronta de verdad el gran reto de incrementar la productividad por empleado, lo que sólo es posible invirtiendo en educación y en innovación. No podemos quedar como un país de sueldos bajos. Una vez más, me gustaría equivocarme en mi predicción de que no saldremos de esta sin inversión pública, además de reformas.

Por tanto, mi impresión es que mientras no cambie dicha política, a corto plazo esta reforma no servirá para mucho (lo cual es lógico), pero tampoco a largo plazo será útil, ya que seguiremos obviando los principales problemas de competitividad de las empresas españolas.

jueves, 9 de febrero de 2012

De vuelta

Al retomar este blog después de dos meses de parón, me encuentro con que la situación sigue estancada en el mismo punto en que lo dejamos. Sin embargo, cada vez es mayor el consenso acerca de que el mito de la "austeridad expansiva" es una estafa. Han tenido que pasar dos años para darnos cuenta, dos años perdidos en los que todo se ha ido deteriorando, como un edificio a medio construir paralizado y expuesto a los elementos. Curiosamente, el único sitio donde no se acepta que son necesarias políticas expansivas de crecimiento para salir de la crisis es en Merkozylandia, país donde los datos no son datos. Los que durante algún tiempo hemos hecho el papel de Pepito Grillo seguiremos insistiendo en nuestra idea: hace más de 70 años que disponemos de las herramientas necesarias para resolver situaciones como la actual, el misterio es por qué no queremos utilizarlas.

Cuando parece que la crisis griega puede resolverse por fin al gusto de los bancos alemanes (aunque está todavía por ver si esta es la definitiva), la siguiente pregunta es: ¿y ahora, qué? Parece ser que ahora más paro, más recesión, más ajustes, más recortes sociales, y así hasta el infinito. El hada de la confianza aparecerá por fin y nos rescatará, nos dicen, pero hasta ahora nadie la ha visto.

Es aterrador pensar que no hemos aprendido nada de crisis anteriores y que finalmente actuamos como nuestros retatarabuelos, que ofrecían sacrificios a los dioses para aplacar su ira. Hoy se juega del mismo modo con el miedo de la gente: miedo al déficit, miedo a la deuda, miedo a lo que nos harán los mercados si no hacemos lo que nos piden, miedo a la democracia. Sacrificamos sueños de jóvenes que se sienten estafados, de padres de familia que se quedan en paro, de mayores que ven reducidas sus pensiones ya mínimas.

Debe actuarse a corto plazo de manera urgente. Por supuesto que son necesarias reformas: laboral, administrativa, educativa y financiera. Pero estas reformas, aun siendo imprescindibles, tendrán efecto a medio plazo, en el mejor de los casos. Y sobre todo, no evitarán futuras crisis, sino que como mucho harán que éstas sean menos violentas. Por cierto, sobre las reformas habría que discutir acerca de cuáles queremos hacer, porque parece que se impone la idea de que la única reforma posible es la eliminación de regulaciones y de derechos. La falta de debate sobre estos temas es muy preocupante.
Para actuar en el corto plazo no nos queda más remedio que movilizar todos los recursos disponibles para estimular el crecimiento, y debe hacerse ya, cuando en Estados Unidos y Japón llevan ya dos años aplicándolas. Lo contrario será condenar a varias generaciones a un estado de semiprobreza, y sobre todo hipotecar las posibilidades de futuro de toda Europa.

domingo, 4 de diciembre de 2011

El camino equivocado

Entre los muchos análisis que se pueden hacer de la actual crisis europea está el político, y desde ese punto de vista a mí me parece que sencillamente estamos ante una lucha por intentar imponer la hegemonía por parte de Alemania. Cuando Merkel habla de cesiones de soberanía, en realidad se refiere al resto de países, ya que el euro es cada vez más el marco alemán y el BCE el Bundesbank. El parlamento alemán ya decide por nosotros cual debe ser nuestra política fiscal, financiera, laboral y social. El viejo sueño parece que está haciéndose por fin realidad. Pero también se puede hacer el análisis económico, y eso es lo que yo intento abordar en este blog. Desde ese punto de vista, los caminos que se están emprendiendo en Europa en política económica son desde hace varios años un completo dislate sin explicación racional. Se ha instalado en nuestras mentes una especie de cuento o parábola que nos susurra continuamente que la culpa es de la cigarra, que derrochó en las épocas buenas y ahora, cuando las cosas vienen mal dadas, debe dejar de llorar y apretarse el cinturón. Para reforzar este relato, continuamente vemos en televisión al lumbreras de turno diciendo que la austeridad es el camino para construir la confianza, que será lo que nos devolverá a la senda del crecimiento. Es lo que Krugman llama el hada de la confianza. Pero el único problema de este bonito cuento, aunque nuestro cerebro nos diga otra cosa, es que simplemente es erróneo, y por eso el reciente acuerdo de esta semana, aunque ha causado un alivio momentáneo en los mercados, no servirá para nada y pronto volveremos a ver las tensiones en los mismos. La realidad es que Europa en su conjunto lleva más de un año aplicando la austeridad, y que ello, en lugar de impulsar el crecimiento como nos habían prometido (entre otros Trichet, Merkel, Cameron) nos ha llevado a una recesión que cada vez va a ser más profunda. No podemos extrañarnos de que los mismos que nos hundieron una vez nos vuelvan a hundir ahora: provocaron la enfermedad y luego les dijimos que se ocuparan de curarnos. Como he insistido en otros posts, el problema no es un gasto demasiado elevado, sino un gasto demasiado reducido en Europa en su conjunto, motivado por la obsesión por el déficit y la inflación. El diagnostico equivocado nos impide separar la paja del grano y diferenciar los casos de fraude fiscal (Grecia) de lo que son déficits lógicos causados por la recesión económica y la consiguiente bajada de la recaudación. Ahora ya todo el mundo acepta que la nueva recesión es inevitable, si no estamos ya en ella, cuando otros llevamos meses avisando de que tal cosa era lo que iba a ocurrir si seguíamos por ese camino. Y aún así, se sigue insistiendo en el mismo mantra de la austeridad como el remedio de todos los males. Esto en lo que respecta a la política fiscal, pero la monetaria ha seguido el mismo camino erróneo, y no es casualidad que el recrudecimiento de las tensiones en los mercados de deuda se originen justo después de que el BCE subiese el tipo de interés, con el fin de cumplir con su sacrosanto mandato de controlar la inflación. La combinación de la austeridad con la obsesión antiinflacionista nos llevará a la siguiente estación del camino, que es la destrucción del euro. Por tanto, y sin entrar en las cuestiones políticas que mencioné al principio, necesitamos políticas fiscales y monetarias expansionistas que impulsen el crecimiento, como única vía para salir de la crisis. El argumento que se escucha es que no hay margen para ello, lo cual es un reconocimiento implícito de la necesidad de ese impulso, pero lo cierto es que no se trata de un problema de margen sino de ensanchar los límites, lo cual pasa por bajar los tipos y convertir al BCE en el prestamista de último recurso. Eso no implica necesariamente darle a la maquinita de imprimir billetes, pero si fuese necesario habría que hacerlo. Ello no nos llevaría a una inflación desbocada, como nuestros famosos sabios temen, ya que la expansión monetaria en un entorno de recesión no es inflacionista, como se sabe desde Keynes. Por supuesto que también necesitamos reformas, pero éstas deben ser debatidas y analizadas, y sobre todo no deben hacerse cuando la economía está deprimida.

jueves, 24 de noviembre de 2011

Motivos para el optimismo

¿Se puede pisar el freno y el acelerador a la vez? Lo pilotos de rally pueden saberlo mejor que yo, sin duda, pero en economía la respuesta es clara. Creo sinceramente, y así lo he repetido en este blog muchas veces y mucho antes de los actuales cambios de opinión, que la austeridad siempre reduce el crecimiento, y si este es anémico, entonces directamente nos aboca a la recesión. Lo grave además es que ahora lo estamos de nuevo en un plazo de sólo dos años. Y lo que más me sorprende todavía a estas alturas es la falta absoluta de argumentos por parte de los que defienden los recortes presupuestarios, más allá de los consabidos mensajes repetitivos llenos de clichés. Ninguna demostración, ningún razonamiento coherente, nada de nada, cuanto peor es la crisis más cargados de razón parecen, y mientras tanto todos los países de la eurozona van cayendo. El principal motivo que se escucha es el peligro de la inflación, que es un tema especialmente sensible en Alemania, como si la situación actual fuese la misma de 1923, con un país destruido por la Gran Guerra y baldado por la exigencia de pago de indemnizaciones imposibles. Pero los estímulos no son inflacionarios cuando no hay crecimiento, esto sí es una evidencia histórica. Lo que tenemos que aceptar es que los que actualmente manejan los gobiernos y las instituciones internacionales, simplemente no tienen ni idea, no ya de las soluciones sino incluso de las causas de la actual crisis, y sin embargo, apoyándose en las teorías de los mismos que con su irresponsabilidad ciega nos llevaron a esta situación, ahora nos asustan con los mitos de la austeridad. No seré yo quien defienda que no son necesarios profundos cambios en el funcionamiento de las economías europeas y en sus estructuras políticas y productivas. Creo que es imprescindible que se produzca un replanteamiento y un análisis a fondo de las leyes que sostienen el estado del bienestar y del papel del sector público, pero el objetivo debe ser la búsqueda de la eficiencia, modernizando los mecanismos y los procedimientos. Hay un largo recorrido para la GESTIÓN en el sector público, pero también en el sector privado, como puedo atestiguar después de mas de veinte años de experiencia en el mismo. Los recortes lineales que se están haciendo no mejoran la productividad, no atacan el núcleo de los problemas, no resuelven las ineficiencia, en definitiva, no sirven para nada, salvo para agravar nuestra situación. En el camino nos podemos cargar la educación, la sanidad, la solidaridad, y también el empleo y nuestras posibilidades de futuro. Y con este panorama, podemos encontrar motivos para el optimismo en el empuje individual de millones de personas, que desafían a la crisis y al miedo para salir adelante. Nuestro país ya tiene experiencia en eso, en años mucho mas duros que los actuales. La de nuestros padres sí que fue una generación perdida, y sin embargo construyó un país moderno, culto y solidario partiendo de la nada. No nos carguemos esa herencia, y defendámosla de los ataques de aquellos que se creen superiores. El castigo a la deuda alemana les llevará a darse cuenta de que, o salimos juntos, o no salimos.

lunes, 21 de noviembre de 2011

El ministro de Economía

No es el objeto de este blog realizar valoraciones políticas o partidistas, salvo cuando lo justifique su incidencia en la economía o la importancia de los hechos. Este es el caso de las elecciones del 20-N, por lo que me voy a permitir unos muy breves comentarios.

En primer lugar, el tremendo varapalo sufrido por el PSOE muestra, en mi opinión, el error de las estrategias defensivas basadas en el miedo y en la no asunción de responsabilidades. Creo que es indudable, y así lo he dicho a menudo, que a veces es bueno reconocer los errores, para a partir de ahí poder ofrecer alternativas nuevas e ilusionantes que puedan arrastrar a la gente. El liderazgo, y no sólo el político, tiene como uno de sus principales fundamentos la capacidad de pedir perdón, que sin duda es una de las manifestaciones principales de la empatía de un líder verdadero. Los mensajes negativos, el intento de meter miedo ante los posibles recortes sociales y de derechos, no han funcionado, porque el pasado es pesado, y el futuro siempre está por venir. La capacidad de perdonar es grande cuando hay arrepentimiento, y es el primer paso para poder empezar a re-construir la confianza en alguien.

En segundo lugar, el PP ha obtenido una victoria aplastante debido sobre todo al desplome de su principal adversario. Ello indica entre otras cosas que el mapa sociopolítico de España está bastante bien definido, y que la clave casi siempre es no perder a los propios votantes. Cuando uno de los dos principales partidos pierde votos, pocos se trasvasan al otro lado, sino que suelen ir a la abstención o a formaciones minoritarias. En este sentido, hace bien Rajoy cuando realiza el llamamiento a todos, pues sabe que es el único modo de que la sociedad acepte los duros sacrificios que sin duda va a pedir.

Y ahora la principal incógnita es saber quién va a ser el nuevo Ministro de Economía, cargo más importante que el de Presidente del Gobierno. Desde luego, en la situación actual se requiere un cierto grado de masoquismo para aceptar el cargo, pero de eso no andamos faltos en España. Yo mismo, de hecho, me ofrezco para el puesto: tengo experiencia profesional, buena formación, las ideas muy claras respecto a lo que habría que hacer (y que defiendo en este blog) y estoy en paro. Además, estoy mejorando mi inglés. Pero como de momento el grado de influencia de este blog es pequeño, no lo veo muy probable. Tal vez una Secretaría de Estado, o incluso una Dirección General...

Hablando un poco más en serio, mi propuesta es Luis Garicano, economista de prestigio y catedrático en la London School of Economics. Aunque discrepo en algunas cosas, creo que su visión es la más acertada, y recomiendo vivamente sus comentarios en el blog de FEDEA "Nada es gratis", del que os dejo el enlace: http://www.fedeablogs.net/economia/

miércoles, 16 de noviembre de 2011

El patrón euro

Hasta la Gran Depresión de los años 30 del siglo pasado, las economías mundiales se regían por lo que se llamaba el patrón oro, que suponía que la masa monetaria en circulación debía estar respaldada por existencias de dicho metal precioso. El modelo funcionó durante mucho tiempo por los crecientes hallazgos de minas auríferas, que posibilitaban una modesta expansión monetaria y económica. Todos los días se extraían de las profundidades de la tierra toneladas de oro, que inmediatamente se volvían a enterrar bajo tierra en las cajas fuertes de los bancos centrales de todo el mundo, de modo que puede decirse que el oro no llegaba a ver la luz del sol. El sistema era indiscutido, y se consideraba garantía de estabilidad y antídoto contra las crisis cíclicas, por lo que la principal preocupación de los responsables de dichos bancos centrales era tener las suficientes reservas en sus cámaras. Como el transporte de oro era costoso y peligroso, muchos bancos tenían en sus instalaciones parte de las reservas de otros bancos, de modo que cuando había transacciones de reservas entre países, simplemente se desplazaba el oro unos metros. Esto que hoy nos parece absurdo era la base del sistema financiero a principios del siglo XX.

La Gran Depresión acabó con todo ello, y uno tras otro los países fueron abandonando el patrón oro, en un reconocimiento de sus peligrosas limitaciones, ya que era un impedimento para el crecimiento. El Tesoro de EEUU no tuvo restricciones para la emisión de moneda, y este cambio en el sistema monetario, unido a la aplicación de las políticas keynesianas de estímulo público de la demanda, sacaron al mundo de su mayor crisis económica.

Los sistemas monetarios que se implantaron al final de la 2ª Guerra Mundial en Bretton Woods se basaron en el dólar como moneda internacional. Se crearon el FMI y el Banco Mundial, y en general se apostó por eliminar el proteccionismo e impulsar el libre comercio. Y hoy se olvida, pero el Plan Marshall permitió a los países europeos reconstruirse tras la guerra, y a los EEUU encontrar mercados en los que comprar y vender. Esto produjo una prosperidad de 50 años, durante los cuales no hubo cambios significativos en el funcionamiento de las finanzas internacionales.

Sin embargo, dos hechos fundamentales vinieron a modificar drásticamente este status quo, y son los principales culpables de que hayamos llegado a la situación actual. Por un lado, la derogación de la Ley Glass-Steagall en 1999, y por otro la implantación del euro, casi al mismo tiempo. Lo primero dio lugar al florecimiento de la industria de los derivados. Las consecuencias de lo segundo las estamos viendo hoy.

No me cabe duda de que el euro, en las condiciones actuales, no puede funcionar. Se trata de un sustituto del marco alemán, y equivale por su rigidez al antiguo patrón oro, sólo que hoy las limitaciones no vienen por la escasez del metal dorado, sino por la política presupuestaria de Alemania, que se impone a las necesidades diferentes del resto de países de la Eurozona. Y como dice Krugman, esto condena a España e Italia, entre otros, a ser países tercermundistas, obligados a operar en una moneda extranjera.

Sólo hay dos soluciones: o se avanza drásticamente en la unión no sólo política y monetaria, sino también cultural y de educación, o adios al euro. No hay tercera vía. La buena noticia es que finalmente se impondrá la primera, ya que los costes de la segunda son inimaginables. El BCE será el prestamista de último recurso, y Alemania suavizará sus exigencias fiscales permitiendo un respiro a sus socios e impulsando políticas de estímulo. Lo único malo será el tiempo perdido, los millones de parados, las ilusiones rotas, las familias destrozadas.


domingo, 13 de noviembre de 2011

Contra el dogma

Quienes hayan seguido un poco las opiniones que reflejo en este blog se habrán percatado sin duda de que insisto una y otra vez en una serie de ideas, en relación con los problemas que la crisis ha generado y las políticas que se están adoptando. Mis consideraciones acerca de que la austeridad no funciona y de que el diagnóstico que se ha hecho de la crisis es erróneo no proceden de una orientación ideológica predeterminada, sino del puro y simple análisis de los hechos, y sobre todo, del estudio de las experiencias anteriores. El ser humano es el único que tropieza, no dos veces, sino infinitamente, con la misma piedra. Tal vez el motivo sea un cierto deseo narcisista de sentirnos únicos y originales, de vanidad de superar a nuestros antecesores, desde luego mucho más ingenuos que nosotros. Por eso, solemos despreciar los ejemplos que la historia nos brinda.

Cuando he defendido las incoherencias del análisis que han hecho los guardianes de la ortodoxia, me he apoyado frecuentemente en mis propias experiencias durante muchos años en un sector de la construcción hoy estigmatizado, y también cuando trabajé en el sector inmobiliario. Ello me permitió vivir y conocer desde dentro cómo se gestó la burbuja, y sobre todo me dió la oportunidad de conocer de primera mano las motivaciones y los mecanismos que estaban detrás de las decisiones que se tomaron, y por ello puedo opinar con conocimiento de causa. Pero también he recurrido a las enseñanzas de la historia económica, y más en concreto, de la Gran Depresión de los años 30 del siglo pasado. Cuando el presidente Roosevelt puso en marcha su vasto programa de estímulo, lo que conocemos como el New Deal, la economía estadounidense se puso de nuevo en marcha, pero el miedo a la deuda hizo que en 1937 se volviese a una política de austeridad que devolvió al país a la recesión, por haber retirado los estímulos demasiado pronto. Ese guión lo estamos viendo repetido hoy en Europa. Pero hay otro ejemplo mucho más reciente, el de Japón en los 90. Y hoy lo ha recordado en una entrevista en El País el economista jefe del banco de inversión japonés Nomura, Richard Koo. Creo que sus palabras deberían ser un aldabonazo en la conciencia de los políticos europeos, pero también en la de los ciudadanos comunes, que viven en un grandioso engaño colectivo que les impulsa a creer que hay que ser austero para salir de la crisis.

Me van a permitir que transcriba en este blog sus palabras, pues son el mejor análisis que he visto hasta la fecha de la crisis. Dice Koo:

"La economía japonesa cabalgaba a lomos de una burbuja enorme, inmobiliaria y de crédito, que explotó en 1990. Desde entonces, sus políticos han intentado aplicar todo tipo de curas sin apenas éxito. El diagnóstico fue equivocado. No supimos ver que el país estaba aquejado de una rara enfermedad económica que se da una vez en un siglo, muy parecida a la que afronta ahora casi todo el Atlántico Norte, cuyas autoridades demuestran a diario que no han aprendido nada de la experiencia japonesa. Las consecuencias para Japón fueron dos décadas perdidas; si Europa persiste en su pésima gestión, le queda por delante década y media de crisis. El diagnóstico erróneo, en Europa, es pensar que esta es una crisis fiscal. Falso: la crisis empezó en el sector inmobiliario estadounidense y se transformó en una tormenta financiera global. Y sigue siendo una crisis bancaria, que ha acabado contagiando a la economía (el cierre del grifo del crédito degeneró en desempleo y recesión) y a las cuentas públicas (castigadas por las ayudas a la banca y los costes del Estado de bienestar en pleno desplome económico). Ha contagiado incluso una suerte de aluminosis al edificio institucional europeo, incapaz de mostrarse resolutivo en unos rescates que parecen más diseñados para salvar a los bancos que para ayudar a los países con problemas. Las entidades financieras, en especial las alemanas, están cargadas de activos tóxicos (y de deuda pública, que va camino de alcanzar ese estatus). En España, la toxicidad procede de un empacho de ladrillo. Pero Berlín y Bruselas están convencidos de que la crisis es esencialmente fiscal, y que el remedio es una sobredosis de ajustes vía BCE, FMI, reformas constitucionales, lo que sea. Es un completo disparate.

En esas condiciones, cuando la demanda privada es anémica, cuando ni siquiera hay crédito, sólo el sector público puede dar un volantazo para evitar la agonía. Así lo hizo Japón en los noventa, y el mundo entero tras la quiebra de Lehman. Esa reacción suele ser automática. Luego llega lo difícil, el momento del pánico: en 1997 Japón cometió un error fatal, se asustó del abultado déficit en un país envejecido, estancado, sobreendeudado: ¿suena familiar? Entonces puso en marcha un duro plan de austeridad y subió impuestos: ¿también le suena? Y eso dio paso a una recesión profunda y al colapso de la banca: eso aún no le suena, pero le va a sonar. EE UU aún no se ha asustado tanto, pero Europa es otra historia: esas curas de austeridad que receta Alemania son contraproducentes. Si querían reducir el déficit, van a tener lo contrario: una recesión como la que viene es la mejor manera de que la crisis fiscal empeore. Sin estímulos, a Europa le espera una larga temporada de atonía y a España dos décadas perdidas a la japonesa.

La deuda japonesa está en el 200% del PIB, la estadounidense y británica en máximos, y en cambio los intereses que pagan esos países son bajísimos. Hay una razón: los ciudadanos tienen miedo, ahorran mucho y compran deuda pública: por eso los intereses son mínimos y aún hay margen para el estímulo. Europa y su crisis fiscal morrocotuda no son una excepción. La única diferencia es que al compartir el euro, el ahorro de los españoles vuela a Alemania, el país más seguro y sin riesgo de tipo de cambio. Gran parte del ahorro europeo va a los bonos alemanes, que paga intereses irrisorios. ¿Qué hace Alemania con ese dinero? Nada de nada. Pero quizá eso cambie: la recesión les va a golpear. Van a tener que gastar.

La lluvia de liquidez sobre la banca no sirve: la política monetaria es inútil. Hay que volver a los estímulos fiscales. Y anunciar que se va a impedir, en el plazo de unos años, que los ciudadanos de un país inviertan en la deuda de otro país europeo. De esa manera la deuda de cada país será proporcional al ahorro interno y eso impedirá cosas raras.

En cuanto a los bancos, hay que darles tiempo y dinero para que se quiten la basura de los balances y no cierren el crédito. Trichet dijo que la ciudadanía no está preparada para aceptar una segunda ronda de ayudas a la banca, pero ese era su trabajo: convencer a la gente de que eso es imprescindible. Trichet debió ser despedido por no hacer su trabajo.

¿Y España? Si el próximo Gobierno sigue con los recortes la recesión será muy dura, el paro crecerá y el déficit aumentará. Mirar solo las cuentas públicas no es suficiente: hay que ver lo que sucede en el sector privado, que está tratando de reducir deuda a toda costa. Si el sector público también lo hace, la cosa se complica. La respuesta está en una Europa menos atrapada por los prejuicios. Hay que suavizar los ajustes, arreglar los bancos y hacer que quienes tienen margen estimulen su economía. Alemania se benefició durante años de la política económica europea. Cuando peor le iba, la eclosión de sus exportaciones no se dirigió hacia Asia ni EE UU, sino hacia Europa. Es el momento de que los alemanes devuelvan a los europeos el favor que les hicieron cuando las cosas les iban mal, cuando disfrutaron de tipos bajos y de la flexibilidad que ahora ellos no conceden a sus socios.

Los chinos han comprendido los problemas mejor que nadie. En 2009 pusieron en marcha uno de los paquetes de estímulo más ambiciosos y mejor orientados del mundo. Luego siguieron con ellos: son una dictadura, gracias a ello se lo pueden permitir. Mientras Europa y EE UU discuten de riesgo moral, de Keynes y Hayek, de estímulos y austeridad cargados de dogmas, China está a otra cosa. A quienes advierten de una burbuja hay que decirles que los chinos nos pueden dar lecciones de realismo. A la Europa contemporánea construida con esa extraña mezcla de creencias cristianas y dudas griegas, que decía Polanyi, hay que añadirle ahora ciertas dosis de realismo chino y las enseñanzas de la experiencia japonesa para recuperar el aliento.

martes, 8 de noviembre de 2011

El debate

En materia económica, poco se puede esperar de un debate entre políticos, y lo de ayer no fue una excepción. Por ello, me extenderé muy poco en analizar lo que se dijo, y muy poco más en lo que se dejó sin decir. Además, con un candidato que tenía poco que ganar, y que por tanto se dedicó a dejar pasar los minutos sin arriesgarse a meter la pata, y con el otro demasiado atenazado por el peso de la responsabilidad en los últimos años de gobierno, lo que le impide adoptar una actitud constructiva, la conversación se limitó a la repetición de una serie de tópicos y lugares comunes. La fórmula de debate, además, nos impidió disfrutar de los cuerpo a cuerpo, y convirtió la única posibilidad de confrontación de ideas en una mera sucesión de frases hechas, y además, leídas.

Por lo que se refiere a las ideas económicas, una vez más la NADA absoluta. Ayer volvimos a constatar que la solución a la crisis que estamos pasando en España es... hacer las cosas bien. Ni siquiera yo puedo discrepar de esta afirmación, pero cuando afino el oído (en mi caso, mi audífono) para recibir con golosa impaciencia una lista de propuestas que defender o criticar, me encuentro con... nada otra vez. Ligeras alusiones a lo que hacer con los distintos impuestos, compromiso de mantener las prestaciones sociales (desempleo, pensiones), acuerdo en que hay que apretarse el cinturón, y pare usted de contar. Vuelve a repetirse que la culpa de todo la tiene, según unos, el despilfarro del Gobierno (parece que sólo el Central, sus autonomías no han tenido nada que ver), y según los otros la burbuja inmobiliaria, que se puso en marcha y se fomentó antes de que ellos gobernasen (sin hacer referencia a que estos mismos que la critican no hicieron nada por pincharla, ¿o ya no se acuerdan de cuando se hablaba del "aterrizaje suave"?).

Nadie habló de Europa, de los peajes a pagar por culpa del Tratado de Lisboa, de la ineficacia de las políticas de austeridad dura impuestas por Alemania, de la necesidad de un cambio drástico en el funcionamiento del BCE, de la incongruencia que significa que se nos exija que fomentemos el crecimiento y el empleo y al mismo tiempo redoblemos nuestros sacrificios presupuestarios. Tampoco se habló casi nada de los problemas de la educación y la sanidad, pese a que un tercio del debate estaba dedicado a esos temas. Ninguna referencia a los movimientos sociales de protesta, que son otra forma de manifestar el descontento.Y así todo. Casi hubiera preferido una peli de Rohmer.

Tuve un destello de esperanza al principio, cuando un candidato habló de la necesidad del estímulo público en la economía, y por un instante sentí el cosquilleo del interés. Si además de haber continuado por ese camino, hubiese hecho un poco de autocrítica, creo que sus propuestas habrían sido más creíbles y habría tenido más posibilidades de movilizar a un porcentaje de indecisos. Por su parte, el otro candidato perdió la oportunidad de defender modelos de colaboración público-privada como una alternativa de inversión, una más que no se debe menospreciar.

Por último, me quedo con una frase que escuché casi de pasada (aunque como a veces el audífono me pita, a lo mejor la soñé): al referirse a la discusión europea sobre los ajustes, alguien aseguró que esas ideas, las de una Europa nueva, con un nuevo papel del BCE, se discutirían sin duda, poniendo en evidencia el fracaso absoluto de lo que se nos ha vendido hasta ahora como la ortodoxia. Y me fui a dormir.

Post-data: descanse en paz Joe Frazier. Cuando era niño, existían los héroes, y algunos eran de carne y hueso, como este púgil bajito pero feroz.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Here comes the sun

Una vez que se ha dado marcha atrás con el referéndum griego, todo parece indicar que lo del primer ministro Papandreu ha podido ser un error de cálculo político, aunque su intencionalidad parecía bastante clara: se trataba de colocarse en una posición en la que pudiese negociar con más fuerza con la Unión Europea. Y a pesar de este fracaso, se puede decir que ha logrado su objetivo: hoy Grecia está en una posición más fuerte, y ha forzado a los líderes europeos a asumir la realidad. Esta no es otra que una Europa donde es necesario un replanteamiento total.
Muchos de los problemas que hoy tiene Grecia, y de rebote todos sus socios, vienen de la nefasta gestión de la crisis de la deuda y del fraude presupuestario. No hay duda de que el retraso en la adopción de soluciones verdaderas no ha hecho más que agravar la situación y hacer más difícil la resolución de la misma. Hoy el déficit y la deuda son mayores, no sólo en Grecia sino también en España, Italia, Francia o Bélgica, y no sólo eso, sino que ahora además se habla de fin del euro y explosión de la Unión Europea. Para llegar hasta aquí no habrían hecho falta tantos viajes.
Mi visión es que el diagnóstico de la situación ha sido erróneo desde el principio. Y ello es debido en buena parte a la naturaleza de los analistas encargados de realizarlo. La mayoría de los que hoy opinan sobre economía son antiguos o actuales empleados de entidades relacionadas con el mundo financiero, ya sean bancos, fondos de inversión o agencias, y ello condiciona su visión de las cosas: tienen tendencia a considerar que el mundo es únicamente una masa monetaria, y cualquier problema que irrumpe en el escenario se ve como una anomalía en un modelo de proyección financiera. Y aunque el componente financiero (de deuda) de la crisis es fundamental, el contagio a la mal llamada economía real la ha convertido en algo más complejo que no puede resolverse con apelaciones a la austeridad. No se trata ya de alteraciones en el balance de los bancos o de los Estados, que pueden resolverse con la llegada de capital fresco. Se trata de que la economía se ha parado, las instalaciones productivas funcionan bajo mínimos y no se renuevan, no se invierte en investigación y desarrollo, y Europa corre el riesgo cierto de verse definitivamente rezagada.
Alguna de las medidas que ya hemos apuntado varias veces en este blog, como la bajada de tipos de interés, ya se están empezando a tomar, aunque dolorosamente tarde. Todo apunta que se seguirán dando más pasos, como convertir al BCE en el prestamista de último recurso, única medida que calmaría a los mercados, como ocurrió en EEUU. Será necesario además que pueda darle a la maquinita de imprimir billetes, y que se avance en la coordinación de las políticas fiscales. De ese modo, no serían necesarias las tan temidas cesiones de soberanía, y desde luego se evitarían los espectáculos bochornosos como la modificación de la Constitución en España por la puerta de atrás, medida que el tiempo ha revelado completamente inútil. Sin embargo, lo principal todavía debe plantearse: debe sustituirse la austeridad por programas de expansión que pongan en funcionamiento la economía productiva. Lo que está pasando en Europa es muy grave y muy triste, y a muchos nos está arrasando por la vía del paro, pero también puede ser la oportunidad para convertir por fín este viejo proyecto político de unión en una realidad más próxima a los sueños de los que lo iniciaron hace 60 años. Permítanme por una vez, con la que está cayendo, que sea optimista.

lunes, 31 de octubre de 2011

Truco o trato

Pues ya está aquí la lluvia. En un post anterior manifesté mi visión pesimista ante los acuerdos de los líderes europeos, y las negativas consecuencias que van a tener para todos. Al día siguiente, las bolsas de toda Europa reaccionaban positivamente, con euforia incluso (al acuerdo, no a mis predicciones). No era para menos, los europeos se habían puesto de acuerdo en algo, aunque ese algo fuese insustancial y además justo lo contrario de lo que necesitamos. Hoy, unos días después, la fiesta se ha acabado y vuelven las caídas. La explicación, una vez más, está en la cada vez más débil y lejana recuperación económica. Hoy ningún analista espera que se cree empleo, y algún organismo internacional ha manifestado que no se espera recuperar el nivel de empleo de antes de la crisis hasta 2016, esto a nivel global, porque para España mejor no hablar.

Para esto sí que sirven los organismos internacionales, para decirnos lo que ya sabemos (para equivocarse también sirven), pero de soluciones nada, a no ser la consabida austeridad. Casi parece que un nuevo Moisés ha recibido las tablas de la ley, con un anexo que nos ordena sacrificar las vidas de millones de personas para calmar al dios mercado. Si no fuera por el drama que supone, casi podría hacer una broma con ello. Es patético escuchar de todas esas mentes poderosas y sabias que debemos ser austeros para recortar el déficit, y al mismo tiempo debemos tomar medidas para impulsar el crecimiento. Pero cuando he buscado más abajo cuáles son esas medidas, lo que he encontrado es... nada.

Tomemos el ejemplo de Gran Bretaña. Tras el triunfo electoral de los conservadores y el acceso al poder de Cameron con el apoyo del partido de Nick Clegg en mayo de 2010, el gobierno se puso como loco a recortar gastos, especialmente en el capítulo social. Duros ajustes que iban a solucionar todos los problemas del Reino Unido: paro, escaso crecimiento, deuda, déficit, bajada de la competitividad. Pues bien, año y medio después la situación no sólo ha mejorado, sino que el deterioro no parece tener fin, hasta el punto de que se habla ya en muchos ámbitos políticos e intelectuales de economía masoquista. Algo así he comentado en este post cuando hablé de autoflagelación, que si bien para un creyente católico puede tener algún sentido trascendente por la esperanza de una vida más allá de la muerte, para un analista económico es simplemente un absurdo metafísico. Pues bien, esas recetas de duro ajuste son las que nos esperan aquí tras las próximas elecciones, con que vayamos preparándonos.

Y mientras tanto, el nuevo gobernador del BCE tendrá que aguantarse las ganas de bajar los tipos, como todo el mundo espera, sólo para que no le tachen de heterodoxo, es decir, sólo para guardar las apariencias. Cuando se produzca la siguiente comunicación entonces sí habrá bajada, con lo que será tardía e ineficiente. Al otro lado del Atlántico, Obama intenta sacar adelante un plan de expansión y Bernanke prepara la maquinita de imprimir dólares. ¿Apuestan a que EEUU sale antes de la crisis que Euroalemania? Yo sí. Porque los mercados tirarán a la basura el último acuerdo, y la única duda está en si tardarán días o semanas, ya lo ha dicho hasta Soros. Y mira que me molesta coincidir con él, como sólo le puede molestar a un parado compararse con un multimillonario.

Si se fijan, se trata del truco o trato que ahora se pone de moda también entre los niños españoles, con la diferencia de que a nosotros no nos van a dar caramelos.

jueves, 27 de octubre de 2011

Habemus acuerdo

¿Es una buena noticia el acuerdo alcanzado ayer en Europa? La prudencia de los ignorantes nos aconsejaría decir que "depende". Y en efecto, depende de para quién y para qué. Desde luego, para España es una malísima noticia, desde el momento en que los bancos españoles, a pesar de apenas tener deuda griega, acaparan el 25% de las necesidades de recapitalización que se han impuesto en este compromiso europeo, mientras que eso mismo no ocurre con las entidades alemanas y francesas, grandes beneficiarias a corto plazo del mismo. Todo esto dicho así parece difícil de entender, y aquí va mi modesto intento de explicarlo.

Este compromiso alcanzado va a tener gravísimas consecuencias sobre nuestro país, más allá de las reacciones que con toda seguridad habrá en las bolsas y mercados. La exigencia de recapitalización afectará directamente a la capacidad de crecimiento de nuestra economía, por cuanto reducirá aún más el crédito. Ello hará que no sólo sea más difícil (más aún) crear nuevas empresas, sino también financiar nuevos proyectos de las ya existentes, renovar equipos obsoletos o simplemente financiar las necesidades de circulante. Para entender esto hay que conocer el funcionamiento de la banca y las exigencias contables de la misma: por cada euro que se presta, la entidad financiera tiene la obligación de hacer una especie de depósito en reserva, que es lo que se conoce en el sector como consumo de capital. Si la exigencia de porcentaje de reserva se incrementa, la única manera de mantener el nivel de créditos sería aumentar de forma directa los fondos nuevos, lo que puede hacerse acudiendo directamente a los mercados. Como esta opción se antoja muy complicada, dada la situación de los mismos y su coste cada vez mayor por las primas de riesgo, la única alternativa serán las ayudas públicas (el famoso fondo de rescate, que por si alguien no lo sabe, sale de los presupuestos de los países), lo cual a su vez agravará la situación de las cuentas públicas. A todo esto, como ya ha apuntado mucha gente y como sabe todo aquél que haya trabajado en el sector, no se soluciona el verdadero problema que tienen los bancos españoles, y que es la deuda inmobiliaria. Desde el inicio de la crisis, el ajuste producido en las valoraciones de las carteras de suelo y viviendas ha sido patéticamente ridículo, por no decir inexistente, por lo que miles de millones de deuda de los balances de los bancos y cajas son en realidad pérdidas latentes. En lugar de obligarnos a asumir estas minusvalías y reconocer pérdidas contables, nos exigen tener más capital para solventar un problema, el de la deuda griega, que no tenemos.

Al mismo tiempo, en un ejercicio de cinismo llevado al absurdo, la Unión Europea pide a España que redoble los esfuerzos para estimular el crecimiento. No soy muy partidario de emplear metáforas para explicar cuestiones económicas, ya que aprovechándose del desconocimiento de la gente, la mayoría de ellas son tramposas e interesadas. En este caso, se me ocurren más de mil posibles analogías: pídele a un atleta que empiece a correr justo después de cortarle una pierna, y exígele además que bata sus records anteriores; vacía de gasolina un coche y oblígale acto seguido a efectuar un viaje de 300 kilómetros; y así. ¿Cómo hacer?

Una vez dicho lo anterior, cabría pensar que Alemania y Francia son los grandes ganadores del acuerdo alcanzado (léase "impuesto por ambos"). Como dice un conocido anuncio de la tele: ¡¡ERROR!! ¿Por qué?

En primer lugar, la no penalización de los bancos alemanes y franceses a largo plazo (o incluso antes, tal como están las cosas) se verá superada por la realidad y el veredicto de los mercados. Como decían nuestros clásicos, la verdad es tozuda, y esconder debajo de la alfombra la porquería no la elimina (vaya día que llevo con las analogías...). La posición de ventaja que les da el compromiso de ayer les llevará a obtener mejores condiciones de financiación, con tipos de interés más bajos que podrán ayudar a sus propios países por la misma vía del crédito que se le niega a España y a otros, pero no asegura que se resuelvan los problemas de funcionamiento asimétrico del euro, que es su moneda de referencia, por lo que al final se volverán también contra ellos.

En segundo lugar, y sin duda más importante, las medidas adoptadas son contractivas, lo que en un contexto de profunda recesión (ya estamos en ella, las mediciones llegan siempre después) viene a ser como echar gasolina al fuego (maldita sea, ya se me ha colado otra metáfora). En lugar de impulsar el crecimiento, se retrasa cada vez más, con el consabido argumento de que la austeridad es la receta para salir de la crisis. La propia actuación ayer de la UE traiciona sus argumentos y viene a decir lo que ya sabemos: que tal cosa es mentira. Cuando se deprecia la deuda soberana española (el 2% al parecer), precisamente a un país que ha tomado las medidas de ajuste que se le han exigido, se manda el mensaje de que dichas medidas han sido inútiles. ¿Y entonces para qué? ¿En qué quedamos? ¿Hay que crecer rápido y ya o hay que seguir haciendo ajustes?

Voy a repetirme una vez más a la hora de proponer, modestamente, las medidas a tomar. Como saben, EEUU, Reino Unido y Japón tienen Tesoros y Bancos Centrales con capacidad de emitir moneda (dólares, libras y yenes). ¿Por qué dichos países, que tienen niveles de deuda y déficit similares a los de Europa, no se ven penalizados en los mercados a la hora de tomar prestado? Sencillamente porque ellos disponen de la máquina de hacer dinero, y los prestamistas saben que en caso de duda o necesidad la pondrán en funcionamiento (como ya han hecho). Del mismo modo, los prestamistas saben que eso no puede ocurrir en Europa, porque lo prohíben sus normas, y ello nos coloca en una situación de desventaja: los inversores apuestan por un estallido del euro tarde o temprano. ¿Pero darle a la máquina de hacer dinero no genera inflación? Pues en una situación de contracción económica como la que estamos, no sucede tal cosa, como no sucede en los tres países que he mencionado.

Pero la sabiduría de las mentes pensantes europeas (los "hombres sabios" que dice el Nobel Krugman), impide todas estas medidas y todas las demás en la misma dirección (eurobonos ¿qué pasó con ellos?). Seguiremos esperando.

domingo, 23 de octubre de 2011

Autoflagelación

Ya va quedando claro de qué va todo esto. Europa está bloqueada por la pugna entre Alemania y Francia, y por la de estos dos mismos países contra todos los demás, especialmente contra los que sufren una situación política de mayor incertidumbre (España, Italia). Nuevamente aparece Merkel, con tono paternalista, alabando las medidas tomadas en nuestro país, pero pidiendo (exigiendo) todavía más. ¿Y para qué?

La última es la exigencia de recapitalizar los bancos, así, a lo bruto, sin diferenciar entre entidades solventes e insolventes, extendiendo de esta forma la sombra de la duda sobre todos. Hasta los niños saben emplear esa táctica: si tengo algo malo que ocultar, echemos la culpa a todos, y así tendré más posibilidades de salir indemne. ¿Alguien imagina a un alemán escuchando a un presidente de gobierno español o italiano aconsejando al gobierno federal sobre las medidas a tomar? ¿Soportarían las palmaditas en la espalda, las sonrisas condescendientes, la mirada serena pero firme y dura del que acaba de dar una orden? Todos debemos tener claro, pues, lo que quieren Francia y Alemania, y su determinación para conseguirlo. Ante eso, ¿qué queremos nosotros?

Esta semana hemos oído a Ron (Popular) y Botín (Santander) defender la solvencia de sus entidades y de la deuda soberana española para negar con vehemencia la necesidad de capitalizar indiscriminadamente la banca. Tengo que estar de acuerdo con esos planteamientos. Y no se trata de un patriotismo irracional, sino de una defensa legítima de nuestros intereses cuando se ven atacados por los de otros países, que se dedican a provocar la duda y generar una espiral de pánico que haga imposible que podamos reaccionar. Ya he mencionado alguna vez la incongruencia del hecho de que, cuantas más medidas de ajuste se toman, peor parece la situación de nuestra economía. ¿Cuál es la diferencia entre nuestra situación actual y la de hace tres años para que ahora nos hagan aparecer como un país insolvente? Una vez más, la única explicación son los intereses nacionales, que prevalecen sobre los europeos en su conjunto. No somos el ombligo del mundo, pero desde luego ni de lejos la mierda que nos quieren hacer creer. Si hay un país en Europa que ha sido activo en su expansión exterior, en su modernización y en la mejora de su solvencia, ese ha sido el nuestro, y la sinvergonzonería de unos pocos (políticos corruptos, empresarios analfabetos del pelotazo) no pueden empañar los logros de todos.

En este blog he repetido una y otra vez el argumento de que las políticas de austeridad son una falacia. Dichas políticas sólo tienen un sostén psicológico, como el placebo que a veces se le da a los enfermos, pero se basan en... nada. Del mismo modo en que durante años hemos mantenido una burbuja basada en expectativas de crecimiento no fundadas, ahora estamos expandiendo el mensaje catastrofista sin que haya razones definitivas para ello. Cuando mucha gente en nuestro país espera la victoria de la opción política que hoy está en la oposición, como si ese hecho fuese a arreglarlo todo, no hace otra cosa que refugiarse en un mecanismo psicológico. Los mismos que hace poco tiempo otorgaban máxima credibilidad a nuestras expectativas (AAA) hoy hacen el trabajo contrario; resulta difícil creer que no haya una intención oculta detrás de ello.

Y mientras no seamos capaces de cambiar nuestra mirada sobre el mundo, no podremos empezar a cambiar la realidad. Tarde o temprano, se impondrán la lógica y el sentido común, pero si empujamos un poco en esa dirección, evitaremos mucho sufrimiento.

miércoles, 19 de octubre de 2011

El gobierno

A menudo se plantea el debate entre los defensores de la intervención del gobierno en la economía y sus detractores, apareciendo ambas opciones como alternativas ideológicas e incluso filosóficas. Los partidarios de la llamada escuela austriaca, que en Europa se suelen llamar liberales, se oponen a las teorías keynesianas, asociadas a la socialdemocracia. Es preciso matizar que el significado de liberal es muy distinto en EEUU, casi diría que opuesto, pues allá es casi un sinónimo de socialista.

Como siempre, la ideologización ensucia la discusión y deja sin analizar lo principal, que son los hechos. En primer lugar, se suele argumentar que la intervención del gobierno es mala per se, en cualquier forma y circunstancia, y que la iniciativa privada siempre es más eficiente. Incluso los más acérrimos defensores de esta idea aceptan que hay actividades que no ofrecen atractivo económico a la iniciativa privada, y que en esos casos, pero sólo en esos, debe intervenir el gobierno. Este razonamiento, que puede ser válido si hablamos del ejército, la construcción de determinadas carreteras o la asistencia sanitaria mínima, choca con el silencio de estos mismos sectores cuando se rescatan bancos o se reclaman posiciones de poder autonómico en cajas de ahorro. La realidad, sin embargo, ha mostrado que en muchos casos el sector privado gestiona peor los servicios públicos, como sin duda se demostró tras las privatizaciones del transporte ferroviario en Gran Bretaña, por ejemplo. De otros sectores podríamos decir algo similar (educación, sanidad), y trataré de ocuparme en otros posts.

En segundo lugar, se insiste en que los modelos keynesianos se basan en el intervencionismo desaforado del Estado, que cercena la iniciativa privada y el espíritu emprendedor. De nuevo se trata de un error intencionado. La teoría keynesiana no establece un modelo de conducta económica de corte estalinista, como nos quieren hacer ver, y no niega que el sector privado es el principal motor de la economía. Lo que Keynes y sus seguidores quieren hacer ver es que cuando la demanda es insuficiente, por la debilidad del consumo, la inversión y el sector exterior, únicamente la acción del gobierno mediante políticas expansivas es capaz de poner en marcha de nuevo el mecanismo. Ojo, no digo que haya que gastar por gastar. La intervención del gobierno incide sobre el gasto (lo que equivale a impulsar el consumo), pero también sobre la inversión, factor absolutamente necesario para el crecimiento. El habitual reproche neoliberal de que ello lleva a un nivel de deuda insoportable y al estallido de los tipos de interés y los precios se ve una vez más rebatido por los hechos: el extraordinario incremento de la masa monetaria en los dos últimos años no parece haber tenido esos efectos.

Por último, se identifica keynesianismo con socialdemocracia, y en concreto con las políticas de redistribución de la riqueza. Una vez más, esto es falso. No podemos afirmar que impulsar el gasto público elimine o mitigue las desigualdades, sólo que la economía en su conjunto crecerá. Las políticas de redistribución, que son uno de los ejes de la socialdemocracia, me temo que sólo son efectivas en períodos de alto crecimiento.

Desgraciadamente, aunque los hechos están ahí, ello no parece importar a los defensores del discurso neoliberal. Ni siquiera han aceptado que la desregulación ha sido la principal causante de la crisis financiera mundial, por lo que pocas esperanzas hay de que dejen de obstaculizar las principales vías de solución a la misma. No obstante, al final se impondrán las medidas que venimos defendiendo, sencillamente porque no hay otra opción, y lo único que tendremos que lamentar es la tardanza innecesaria y, en muchos casos, cruel.

lunes, 17 de octubre de 2011

Unión Europea

¿Prefieres ser español o europeo? ¿Cambiarías España por Alemania? ¿Te sientes raro cuando vas siquiera a Portugal, no digamos ya a Bélgica o Hungría? ¿Alguien sabe dónde están Trieste, Brno, Poznan? ¿Nos importa lo que sucede en Holanda o Rumanía?

Lo más probable es que, más allá de un ligero runrun en nuestro cerebro, tales nombres no nos digan apenas nada y nos sean más ajenos incluso que Connecticut o San Diego. Sin embargo, con los primeros compartimos nada menos que la misma moneda. Es posible que ni siquiera los políticos que ratificaron el tratado de Maastricht fuesen plenamente conscientes de las verdaderas implicaciones que la moneda única iba a tener en la vida de millones de personas, y ha tenido que llegar la primera crisis tras su implantación para ponerlas encima de la mesa. Ahora todos vemos que no es lo mismo ser español que alemán o francés, griego que holandés, portugués que belga. Cualquier consumidor ha visto en estos diez años que la barra de pan o el café en euros eran considerablemente más caros, por no hablar de la vivienda. El euro tuvo un efecto inflacionista mal medido por los índices oficiales, quizá porque los gobernantes y sus burócratas se encargaron de que así fuese. Mientras todo iba bien, el dinero era abundante y la fiesta seguía, nadie supo o se atrevió a mostrar las debilidades intrínsecas del proceso.

Es difícil encontrar a lo largo de la historia humana un proceso más ambicioso y peor gestionado que la pomposamente llamada "construcción europea". El ejemplo de comparación más evidente que nos viene inevitablemente a la cabeza es el del nacimiento de los Estados Unidos de América. Se podrá decir que al fin y al cabo eran todos ingleses, y la lengua y el origen común une mucho y facilita las cosas, pero eso supone obviar las dificultades que hubieron de encontrar las trece colonias. Para empezar, un rasgo importante de estas colonias era que su población de origen europeo era bastante heterogénea, pues a los iniciales inmigrantes ingleses se unieron después escoceses, irlandeses, alemanes, galeses, flamencos y hugonotes franceses; a mediados del siglo XVII también suecos y holandeses. Por otro lado, el número de colonos era relativamente pequeño para un territorio muy vasto y lleno de peligros, y no existía nada ni remotamente parecido a una red de comunicaciones eficiente. ¿Qué ocurrió entonces?

 A diferencia de la mayor parte de las demás naciones, Estados Unidos jamás tuvo una aristocracia feudal de tipo europeo. En la era colonial la tierra era abundante y la mano de obra escasa, y todo hombre libre tenía la oportunidad de alcanzar, si no la prosperidad, al menos la independencia económica. El tipo de gobierno era representativo: los gobernadores nombrados por el monarca inglés debían compartir las decisiones con las asambleas, y aunque en éstas sólo los terratenientes varones blancos tenían derecho a voto, la abundancia de tierras fue creando algo parecido a una sociedad civil fuerte e independiente. Los hechos finalmente desembocaron en la Guerra de Independencia, pero al contrario que en el caso español en 1812, los colonos americanos dieron el paso adelante más formidable de la historia política.

Europa salió destruida de la Segunda Guerra Mundial y de su prólogo español. Al contrario que en 1919 con el Tratado de Versalles, se dió prioridad a la reconstrucción frente a las reclamaciones de guerra, y ello facilitó que en una época tan temprana como 1957 se creara mediante el Tratado de Roma la Comunidad Económica Europea, consecuencia del anterior Tratado de París de 1951, que creó la CECA, la Comunidad Europea del Carbón y del Acero. Sólo habían transcurrido 6 años desde la carnicería que causó más de 60 millones de muertos cuando enemigos irreconciliables se unieron en una mesa con el objetivo de obviar sus diferencias y buscar los intereses comunes. Ya en 1946, nada menos que Winston Churchill había hecho una llamada a la creación de los Estados Unidos de Europa.

¿Dónde están hoy Jefferson, Benjamin Franklin, John Adams? ¿Qué hay de los Adenauer, Jean Monnet, De Gaulle?

Necesitamos recuperar aquel espíritu, es una cuestión de supervivencia. Un gobierno europeo verdadero llevaría consigo cesiones de soberanía que hoy ni siquiera nos planteamos, pero son imprescindibles para no vernos arrastrados por el río de la historia hacia el vertedero de los imperios caídos. Y ello exige un liderazgo político claro, pero también una acción popular civil que empuje hacia adelante.